martes, 13 de noviembre de 2018




Las series : arte en pijamas*
 


Crecí en los cines, una suerte de privilegio Paradiso, sin Ennio Morricone’s sound tracks, pero si los de “Los girasoles de Rusia” de Vittorio De Sica, que aún me acompaña cuando estoy triste, o los del “Bebé de Rosemarie” de Polanski, cuando tengo mucho miedo. Suelo despertarme con una música que no se me quita hasta que en mi ordenador no la encuentro y la tarareo hasta que se va. Siempre me traen algo, desde mi inconsciente, que me interpreta.
Mi padre tenía un transporte de películas, llegaban en unas bolsas de lona con un remito en cartulina, rollos de ficciones en celuloide, cuidadosamente envasados en herméticas latas de metal, redondas.
De allí, partían a los cines de mi ciudad, de las aledañas, de otras lejanas y de más allá de un ancho, anchísimo río, a las que se accedía en lancha o en balsa; ni puentes ni túneles, surcaban las aguas. Ni Dolby ni digital, ni wifi, el mismo envase recorría las salas, una por una, sometido a la espera de que llegara, a tiempo.
Llegaban a mi casa, ciudad de estrenos, festivales y cuna del fundador del Nuevo Cine Latinoamericano, Fernando Birri, que creó -aquí, en 1956- el Instituto de Cine y donde existe el cine club más grande de América Latina, y el más antiguo: 60 años ininterrumpidos de funciones de cine debate.
Veíamos, cuando era día de estrenos, una versión más decente porque venían directamente de Buenos Aires, pero el uso en los antiguos proyectores hacía lo suyo y las marcas se veían en las pantallas como rayas verticales o se cortaban, gastadas. Se prendían las luces, la silbatina, el chocolatinero a viva voz y vuelta a la ficción. Vivir lejos siempre tuvo sus desventajas, sin embargo, en los pueblos donde sólo había plaza, catedral, escuela y comisaria, no había hospital, pero si cine.
Hasta tres funciones diarias, matiné y continuado: dos pelis con intervalo. No había trasnoche, pero sí cines poco recomendables donde daban las de Isabel (Coca) Sarli, a quien se le atribuye el más popular emblema de las histéricas “¿qué quiere Ud. de mí?”, vista en el tiempo una mojigata y una precursora a la vez, mujer a cargo de su deseo.
No había funciones todos los días, sólo los fines de semana. Pero había muchos cines y nos “vestíamos” para la ocasión. Al cine iba con mi madre y mi hermana, con mi padre iba al borderó, a la puerta, que era el recuento manual de los espectadores.
De allí conservo el don de contar rápidamente cuánta gente hay en jornadas y congresos y la música de las películas, incluso las que no vi, porque eran prohibidas o a mi madre no le gustaban.
Junto con las películas, llegaban los afiches gigantescos de cada film, ahora llamados flyers y que se venden como objeto de culto en las tiendas vintage. Con ellos empapelaba, del techo al piso, mi cuarto, que era enorme y altísimo.
Pero mi amor, profundo amor por el cine, está hecho de todo eso, de haber descubierto mil formas de vivir en las pantallas. Mi propia vida podría tomar otros rumbos, a otros le pasaban las mismas cosas, se llama identificación.
No tanto como mi favorita de W. Allen “La Rosa púrpura del Cairo”, con su anodina y sufriente Mia Farrow enamorando personajes a los que traía a su realidad, pero casi.
Pasé mi adolescencia imaginándome que era un personaje de película, mientras, además, leía todoBradbury, todoCortázar, todoHesse, todoGarcíaMarquez, todoSábato, a los 14/15.
Mientras el personaje en el que me convertí se iba construyendo, se fueron cerrando los cines, los libros terminaron en las compraventas, llegaron las play y las tablets, se llenó de cadenas de cine taquillero, efectos especiales, combo de pochoclo y carbonatada includ, y el mundo se convirtió en un pañuelo cada vez más lejano.
Pertenezco, por decisión propia, a un privilegiado mundo Paradise que lee, va al teatro y mira pelis y un día escuché que alguien decía “¿viste Black Mirrow en Netflix?”
Netflix? What’s that? ¡Quiero! Y me hice adicta, sin intervalos.
Sin días de semana, sin salir de casa, Dolby, digital, wifi.
Adoro tener en curso una serie que me atrape, no hay nada que me aliene más del mundo que las noticias me traen en el mismo Smart. Suelo estar perdida cuando la termino y sus personajes y sus dichos me acompañan, cual metáfora universal, para explicar lo que las noticias cuentan. Algunas han tenido tal efecto residual que no he podido ver otra por largo tiempo.
Si mi interlocutor no vio G.O.T [1]o Gotham o Peacky Blinders, según el momento, no sabe de lo que hablo cuando digo o escribo y / o posteo, “¡Winter is here”! o” ¡¡Esto es Arkham!!”
Las series son la nueva lengua del arte cinematográfico en la época, arte en pijamas, sin el lazo de la salida a posteriori, con o sin spoilers, pero lengua al fin. Y eso hace lazo, no necesariamente, pero puede.
Reconozco mi absoluta incapacidad para ver más de dos capítulos cuya dirección de arte y actuaciones no sean desopilantes, descollantes. So sorry: ni pelis ni series clase Z.
Admito que espero las nuevas temporadas como groupie y, la mayoría de las veces, me desilusionan. Nunca segundas partes…la repetición tarde o temprano, aburre.
Muchas de las “taquilleras” me han resultado insípidas o innecesarias, pero que la jerga que circulaba entre los de carne y hueso con los que converso y/o a los que leo, me ha tentado.
Algo de pertenecer a ese clan, también incita. El silencio de celulares amigos, a la hora del estreno del nuevo capítulo, te deja por fuera.
Me recuerda el timing de lectura de algunas novelas que he leído mientras cocinaba, o en los semáforos, ansiosa por llegar al final y rogando que eso no sucediera nunca.
Pero para no perder el encanto de las salas, y como conjuro a su temida desaparición, voy de tanto en tanto al cine y armé un ciclo de cine y psicoanálisis[2] que sostengo desde hace una década o más. Este último verano, y cumpliendo un sueño, al aire libre y bajo las estrellas.
Como era de esperar, lo hago con el Cine Club[3] más grande del Sur de este continente, cuyo responsable[4], que también creció en los cines, ama armar ciclos y hablar de pelis todoeltiempo y vamos, después, a un bar que se llama Kusturica, donde ese genio loco estuvo invitado por mi amigo, y su banda tocó en la calle.
Mi socio, es un cinéfilo puro: NOMIRASERIES. No tiene tiempo para ello. Al fin y al cabo, de eso se trata, de que la ficción del Otro no te haga creer, como a Mía Farrow, que tu vida es- sólo- eso.
Elvira Dianno
Santa Fe de la Vera Cruz, Agosto del ’18 and “Winter is still here”
*Publicado en http://cinealdivan.com/cinetest/?page_id=1082


[1] Game of Thrones
[2] Butaca Lacaniana
[3] Cine Club Santa Fe
[4] Guillermo Arch

*http://cinealdivan.com/cinetest/?page_id=1082

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