Increíblemente, entre tantas
noticias del cada vez más efervescente fin de invierno español- indignados,
parados, iaioflautas, las mareas, las huelgas de hambre y el hambre, los
desaguisados del rey, su mistress de dudosa realeza, el elefante que no estaba
en el placard , el yerno real y sus negocios non santos, los 120 sacerdotes
madrileños insurrectos y los sobres del PP - los bomberos aparecen con una pancarta que reza “salvamos personas
no bancos” negándose así a efectivizar los desahucios cada vez más rechazados
por la opinión pública y frente a los que algunas personas han tomado
decisiones irremediables.
Los desahucios, ejecutados por hipotecas imposibles de pagar, han tocado
tan íntimamente la sensibilidad del vapuleado gobierno que ha tenido la
maravillosa iniciativa de prohibir la
palabra desahucio en las órdenes de desalojo.
El pueblo español -muy crispado por la crisis, el éxodo de
los jóvenes a trabajar a otros países y los recortes en salud y educación –no ha tomado muy a bien
la delicadeza en el cuidado en el lenguaje y ha reaccionado
pegando en los muros de las redes la palabra desahucio, repetida como un desafío,
“Ah ¡ ¿la prohibís?! ¡¡Pues os la repetimos en la cara!! Vais a ver:
desahucio-desahucio-desahucio-desahucio-desahucio-
desahucio-desahucio-desahucio-desahucio-desahucio-desahucio-desahucio-desahucio-
desahucio- desahucio-desahucio-desahucio- desahucio-
desahucio-desahucio-desahucio-
desahucio-desahucio-desahucio-desahucio-desahucio.”
¿Habrá sido un malentendido? Seguramente.
Habéis visto que- acerca de este desacuerdo entre las palabras y las cosas- ya Agustín
de Nipona en el 400 d.C. le explicaba a su pequeño hijo Adeodato que palabra y
cosa no eran lo mismo. Sin estar al tanto de estas delicadezas simbólicas el
gobierno debe haber querido prohibir los desahucios, no la palabra y fue un
equívoco del redactor de la norma, no de los políticos, sin duda alguna. ¿O habrán
creído que el desahucio era una ficción y que con borrar la palabra del edicto se
terminaba el problema?
Hace unos años, el también
español Museo de la Palabra, lanzó una
convocatoria internacional en búsqueda de padrinos de palabras en peligro de extinción,
se me ocurrió la palabra calipso que refería a un modo de nombrar, en los ‘70, el color que se
llama ahora turquesa, una suerte de celeste brillante, muy pop. Mi madrinazgo consta en los registros del
original museo pero advierto ahora que
no he tomado el recaudo de mandar un pedacito de tela o papel o un óleo color
calipso, no vaya a ser que alguno suponga que como se guardó la palabra se podía
borrar el color y nos vamos a quedar con la palabra y sin el color, digo.
Ahora la preocupación me ha
surgido por otra palabra muy cercana a desahucio, desahuciado que -según la RAE-
se refiere a “Quitar
a alguien toda esperanza de conseguir lo que desea”.
Entonces un desahuciado pierde su casa pero,
además, ¿la esperanza, los deseos y la palabra que los nombra? Tan es así que el gobierno español insiste en
asignarle a cada uno un lugar no solo
en la tierra sino en el cielo y han decidido desahuciar a los que protestan
también del cielo.
Otras curiosidades de las palabras y las
cosas me han llamado mucho la atención :una de ellas , unos años
atrás el Vaticano anunciaba que el limbo-lugar
al que iban, entre otros, los niños no bautizados recién nacidos- no existía más, una mejor lectura
les había permitido llegar a la conclusión de que no había existido nunca. Así
lo decían los textos sagrados.
Mientras, otra discusión de exégesis teleológica
al más alto nivel eclesiástico tensaba posiciones acerca de si el infierno era
un estado del alma o si-efectivamente-existía, en lo real diríamos. Que las cosas
existan parece ser un tema de discusión muy frecuente y que suele dirimirse
entre los libros. Según muchos pensadores y otros tantos políticos lo que está escrito existe en lo real.
Recuerdo ahora a una señora
que en una iglesia romana, habiendo querido ingresar a orar había
discutido con el administrador del ingreso que le exigió pagar antes de hacerlo.
Luego de haber pagado, refunfuñando, la mujer en cuestión rezó en cada oratorio, la iglesia en cuestión tenia
más de 20 altares destinados a la veneración de todo tipo de santos. En cada capilla,
la mujer se arrodillaba y -en todas y cada una de las numerosas ranuras que en los reclinatorios y las paredes estaban dispuestos para la limosna -susurraba unas palabras. Una y otra
vez.
Tuve la curiosidad de preguntarle
acerca de las jaculatorias que susurraba, me contestó que siempre decía lo
mismo “L’averno sarà piccolo per tutti voi”,
estimo que en la creencia de que era el lugar apropiado para los mercaderes.
Mientras se resuelve esta
cuestión de si palabra y cosa son lo mismo, si será que lo real es pura ficción y en el entendimiento de que los bomberos
apagan incendios pero no infiernos:
“Averno-averno-averno-averno-averno-averno-averno-averno-
averno-averno-averno-
averno-averno-averno-averno-averno-averno-averno-averno-averno-averno-averno”
Per tutti loro.
*Elvira María Dianno
Miembro EOL(Escuela de
la Orientación Lacaniana)
AMP(Asociación Mundial
de Psicoanálisis)